Glob@l México Por Leo.- ¿Cuando enumeramos a los miembros de la familia, ponemos en la cuenta a nuestros viejos? Lo más seguro es que sí, en algunos núcleos familiares el que tiene más edad viene a ser algo así como un decano de los principios y males de esa pequeña y fundamental sociedad, está el patriarca que generosamente hereda en vida a sus hijos, la madre protectora que simboliza el cobijo de nuestros miedos y frustraciones, pero también existe aunque no lo crea la negación del anciano.
Una flor que es arrancada de su tronco principal y colocada en una maceta es el mejor ejemplo del ciclo vital, es bulbo, revienta exhibiendo su corola y pétalos y al final se marchita mirando el suelo donde va a caer, para estas familias el viejo que es recipiente de mil enfermedades y camina despacio, midiendo el suelo, viene a ser un estorbo en su diario devenir, ya dice el dicho que “un ejército marcha al ritmo del más lento”.
La esperanza de vida se ha extendido más allá de los 75 años, por lo que la vida racional y facultades físicas de buena parte de la población recae en ancianos que pierden paulatinamente su memoria hasta olvidar de plano quiénes son, donde viven y qué hacen aquí, en esta selva de discriminación. Los ancianos pululan y crecen en número sin que se implementen actividades consecuentes con su condición para reintegrarles su dignidad, los gobiernos les regalan cheques que se gastan en el débito familiar, los vemos luchar contra esa corriente de discriminación en los centros comerciales donde prestan su servicio de “cerillos”, en los cruces de las calles y en el peor de los casos pidiendo limosna.
Sin embargo no es suficiente. Una persona de edad avanzada requiere del apoyo gubernamental, claro, para ser aceptado en su pequeño círculo, pero fíjese bien, allí es despojado, vacían su tarjeta y su vida no sufre cambio alguno, entonces…¿qué hacer cuando el amor se acabó y solo persiste la tolerancia? Existen jardines de niños donde los columpios, resbaladillas y otros juegos se observan solitarios y hasta tristes, columpios movidos por el viento, sube y baja vencido, tanto desperdicio. Junto a estos juegos que solo se utilizan durante las horas en que salen los chamacos de la escuela, pero que se quedan solos precisamente cuando el hombre de edad avanzada o la mujer son arrojados de sus domicilios para que la señora vea sus novelas o los niños coman, junto a ellos debiera procederse a fomentar la interacción de los ancianos, con asientos ergonómicos, mesas de ajedrez o damas, música especial para sacar de muy adentro los recuerdos que les son contemporáneos.
El gobierno municipal, estatal, federal, mundial o sideral no expiden tantos ceros de amor en un cheque, la sonrisa de un anciano al escuchar las cuitas milenarias de otro es tan valiosa para todos que le aseguro cuando llegue el día en que los espacios dedicados a personas de edad avanzada sean una realidad, el bienestar tendrá rostro de querubín.
No lejos de aquí, tal vez en un rincón de tu colonia yace aquel viejo que un día saludaste, se acurruca en el limbo del recuerdo y de la nada, esos ojos asustados preguntan dónde queda el cielo, cuál es su nombre y porqué se da la tarde, si quiere cruzar una calle no sabe hacia dónde circulan los vehículos, la frágil memoria quedó atorada en un pedazo de tiniebla, su vida y dignidad cayeron al vacío y el torpe cerebro no le avisa que aquel dolor que siente se llama hambre, tampoco le dice que su cuerpo está muriendo porque tiene frío. Sus ojos revelan absolutamente nada, tan inexpresivos y obsoletos se volvieron.
Sabes que hablo de los viejos tan cercanos a nosotros, los que han madurado los años con historias increíbles y cuentos incompletos, que de pronto en un recoveco del camino se atrasaron y ya no pudieron seguir, esos viejos que hace medio siglo cinturón en mano enseñaron de la vida sus principios, de las mañas las mejores, del vino aquel que burlaba la resaca y te atrapaban del brazo en tus aventuras callejeras para llenarte de consejos y regaños. Ahora ya no hablan, sus ponientes de magenta los gastan desgranando papeles sin sentido, viejas credenciales de soldado, militante ferviente de un partido, que si las ves de cerca muestran una foto ya de viejo apenas adherida al papel también muy arrugado.
En ocasiones los miras fuera de su casa, buscando afanosos su pasado. Esos viejos que no pudieron brincar del barco a tiempo y se quedaron navegando en el naufragio son tan reales y presentes que ya no son los viejos de la casa, del asilo, del albergue, no, son los hijos de la calle que a la calle mandan las familias, incapaces de adaptarse a su piel de pliegues suaves. Estoy seguro que la sociedad y no solo las autoridades pronto, muy pronto tendrán en cada concentración social el recinto apropiado para estos próceres de nuestra biología, un anciano será tan digno y respetado como cualquiera de nosotros.
Mientras esto sucede que le parece si pasamos un poco más de tiempo con el hombre, la mujer que alguna vez fue como nosotros, recuerda querido lector, “como te ves me vi, como me ves te verás.