Por: Leo

La cultura en general consiste en comunicar y recibir todo tipo de mensajes, el hombre culto no es precisamente aquel que sabe mucho, más bien este atributo pertenece al que sabe transmitir sus ideas, emociones, afectos y es eficiente en su vida socio-económica. La cultura cohesiona a las personas, crea grupos sociales, contextos de acción, normas que no se dejan ver pero que mediante un  significado socialmente aceptado por sus interactuantes actúan como rectoras de la conducta.

Esto suena bien pero esa misma cultura marca, estigmatiza indeleblemente al ser humano, nacemos y nos arrojan al mundo con un nombre que jamás tuvimos la oportunidad de escoger,  con una batería casi completa de costumbres que el tiempo se encarga de completar, valores que se impregnan al ser con más firmeza que el mismo rostro. Se nos prepara para ser Juan o José, honesto, recto, responsable, justo, trabajador, etcétera, ese es el “yo” que proyectamos como unidad cultural.

Lo cierto es que los valores de nuestro contexto cultural se imprimen desde la infancia, antes de los cinco años en el entorno familiar, después en las aulas, donde se acuñan “formas de ser” aceptables, tan poderosas que al llegar los cambios hormonales tan temidos, los de la pubertad, surgen requerimientos físicos, emocionales y sociales que chocan aparatosamente con las unidades pétreas de valores. Incluso la clasificación de estos valores, su jerarquización,  carecen de criterios absolutos, son totalmente relativos y subjetivos, son las creencias de padres y maestros, nada que ver con los requerimientos sociales.

Pero de una u otra forma superamos la adolescencia, golpeados y traqueteados por esos profundos conflictos solo para enfrentarnos con una segunda y espectacular crisis: competir por un empleo en una sociedad en donde se da uno por cada tres mil habitantes, subimos nuevamente al cuadrilátero, velamos por un instante a esos valores imposibles de erradicar y a practicar la hostilidad, el golpe bajo, la indecencia e incluso deshonestidad, es más importante el status que la sociedad te dice debes alcanzar que el descalabro social.

En esta etapa tus valores que tapaste, reprimiste, resurgen y tratas de fundarlos en tu nueva familia, sin que tú te percates estas en el proceso de la doble moral, enseñas una cosa y haces otra, dices sí cuando es no, pero por fortuna no eres el único que distorsiona, tu compañero o compañera afirman lo que enseñas, los maestros lo confirman y se repite el ciclo.

Pero, ¿Qué son y en qué se fundamentan los valores? Una rama de la Filosofía en cualquiera de sus tantas versiones estudia la Ética, con definiciones vernáculas e históricas, pero al final se le define como “el estudio racional de la moral”, luego pues debemos ser filósofos para que la inteligencia axiológica sea clara y no tenga desviaciones, pero veamos este segundo término clave “moral”. La palabra moral proviene del griego “moras” que es costumbre. Entonces los valores provienen de las costumbres milenarias de los grupos sociales en un determinado contexto espacial.

Pero si son las costumbres aquellas que determinan los valores, habremos de estudiar Antropología para clarificar nuestros valores y seguir con la idea de formar esa inteligencia axiológica, agregando a dichos accidentes mentales la influencia siempre presente de la religión, que te dice y manda que debes de ser humilde y desprendido para que cimentes tus valores cristianos. En pocas palabras no podemos ser filósofos, biólogos, antropólogos y teólogos para enseñar valores a nuestros hijos y escarbar para que afloren los nuestros.

Un esquema muy completo en torno a este problema y que viene a salvar parcialmente nuestra sorpresa ante tanta ciencia, es el estructuralismo, el cual nos recuerda que en la evolución del hombre inicialmente vivía en tribus dispersas, las cuales para no exterminarse entre sí creaban lazos de matrimonio entre sus miembros, después pasamos a la familia pre-nuclear, llena de tabúes y prohibiciones, hasta desarrollarse ese monolito tan importante en la historia del hombre  que se llama familia central o nuclear (Claude Levy Strauss).

Todo este proceso se logra gracias a la prevalencia de prohibiciones, reglas, costumbres que se convierten en normas y códigos de conducta aceptados con el fin de preservar la especie, es decir, son principios básicos de supervivencia, el cumplimiento de estos códigos de costumbres es requisito indispensable para pertenecer y permanecer en la tribu. Así si entiendo la formalidad perfecta, la adherencia indeleble de los valores.

De esta forma es posible iniciar un enlace mental con nuestra vida diaria y poder esclarecer cuáles son mis valores, su jerarquía y funcionamiento, llegando al terreno de la inteligencia axiológica. De la tribu a la sociedad de nuestros días, global, con valores de todo tipo que se entremezclan gracias a los medios de comunicación hay una gran diferencia, pero solo de cantidad, no de calidad de los valores.

En forma general están los valores y en su desempeño diario, en la vida de relación se interpretan como actos morales o sistema fàctico moral. No hablemos en esta ocasión del equilibrio peligroso que se establece entre el mal (la violencia) y la moral, es muy complejo entender el porqué una persona comete una barbaridad y al llegar a su casa ve que su hijo miente descaradamente por teléfono a un amigo y le dice “eso no se hace”.

Cuando una persona se coloca en la tangente de la moral o contra ella, lo calificamos de “inmoral”, “amoral”, “sin moral “y otros términos afines sin verlo desde la perspectiva de una inteligencia axiológica, estamos siendo injustos con el concepto, porque esas conductas repetitivas y antisociales conllevan implícitas un intenso abatimiento de sus valores, esa persona inicia con faltas pequeñas para desarrollarse posteriormente en el punto sin retorno del delito, requieren un tratamiento muy especial si se trata de familia, con el fin de iniciar la odisea muy difícil de rescatar sus valores.

Cuando somos testigos de actos antisociales, desleales o contra el patrimonio e integridad de otro, sin que dichos actos lleguen a romper una norma, inmediatamente representamos al casi infractor como una persona con ausencia de valores, sin principios o simplemente les calificamos como personas con sus valores invertidos.

Nada más lejos a una realidad, evoco como ejemplo el sistema moral esencia de la ética de Nietzsche “no hay legitimidad en aquellos valores de humildad que alejan al hombre en su camino al superhombre” en su obra “Genealogía de la Moral”, en cuyas palabras se respira profundo resentimiento y que así lo interpretó el líder del nacional socialismo, con sus aterradoras consecuencias. Las personas que actúan con aparente cambio de valores se mueven milímetros abajo del umbral del delito o del reglamento, están en el filo de la navaja, a la vista de  administraciones políticas demasiado tolerantes.

Por supuesto que si el sujeto del que hablamos proviene de una comunidad muy fuera de este contexto, de otra cultura, de otro tiempo, pues, sí, en verdad hay otros valores, formas morales distintas. Otra de las violaciones, muy común en nuestros días, consiste en tener bien presente el valor que se está mancillando, por lo que se realiza en grupo, tras el rostro de la horda urbana, pero se lesiona un valor al que profundamente y de manera individual se reconoce.

En fin, son muchos los tratados y manuales de ética, por lo que recomiendo a los papás la relectura del maestro García Máynez, libro que la gente de mi generación disfrutó por su gran humanismo, algunos compañeros de la preparatoria San Ildefonso, con libro en mano, reflexionaban frente a los murales eternos, escrutando el pensamiento de tantos clásicos que analiza.