Por.- Leo.- La Ciudad de México en sus horas de luz natural es un florido y multicolor sistema de personajes que nacen de la nada y de pronto aparecen vestidos de metáfora. Es vital para el capitalino y habitante de zonas conurbadas conocer estos fenómenos  de creatividad, socio económico y por supuestoaquellos sin clasificación clara de desviación social. Solo le invito a caminar cuatro cuadras, inicie su recorrido saliendo del metro Hidalgo, a un costado de la Iglesia de San Hipólito apreciará una horda o asentamiento de niños de la calle, de no tan niños que juegan a ser Pito Pérez, personas sin hogar como el suyo a diferencia que ellos no ven televisión, ven algo más cruel que es la realidad de sus vidas, sienten la oquedad en su mente y estómago, saben que viven porque muy de vez en cuando son conscientes de sí mismos, los ve caminar lento, sin ninguna prisa para llegar a ningún lado, destino cruel de algunos, rémora bestial del progreso.

Siga caminando hacia la Avenida Juárez, rumbo al Zócalo, váyase por la Alameda Central (ahorita está cerrada) pero a su través, por esos caminitos internos de los grandes parques, deténgase en cada busto que vea, lea, piense y analice el porqué sigue allí ese mausoleo de una persona que tal vez perteneció a la corte de Maximiliano, apunte para que investigue quién era, de reojo, descubra la otra cara del ocio, que no es precisamente negocio, personas sentadas en las bancas de metal buscando la sombra, asegure una banca desde la cual pueda ver con disimulo a tales personajes, se llevará horas observando, estos sujetos, normalmente hombres jóvenes y con un periódico que aparentan leer consumen  horas con la mirada perdida, no hacen gestos, sus manos inexpresivas. 

Siempre me han intrigado los lectores de la Alameda, por sus códigos, apariencia y esos diarios que no sé si sean del día. Decía Gironella de ellos que son parados, desempleados, que han renunciado a la esperanza, pero estos se salen de la norma, no llevan consigo una pluma o lápiz para subrayar el probable empleo, no hablan con nadie, absolutamente inofensivos, solo son ellos. Se parecen más al “Extranjero” de Camus. Bueno, aquí ya perdió mucho tiempo, siga caminando para encontrar al primer personaje interesante. El hombre de la cámara. Siempre lo verá en la banqueta de la Torre, allí, donde comienza Madero. Tiene colocada una cámara costosísima en su hombro y en cortos períodos pega su ojo al ocular y así está un rato, con su artefacto dirigido hacia lo largo de la calle ahora peatonal.

Una de esas me paré y lo estuve observando, junto a mí los pregoneros del desastre, empujones de otros, pero no le quité la vista de encima. Una cámara tan pesada, imaginé que era de una televisora, pero al acercarme y preguntar por equis cosa vi que de las tres ocasiones en que se pegó la cámara al ojo, en ninguna le quitó el protector a la lente, o sea que no veía nada, ni grababa, por Dios, pensé, qué habrá dentro del aparato, y me alejé rumbo a el Palacio de Minería, donde imagino que usted también me está acompañando. Frente al palacio hay una explanada muy breve cuyas cadenas que marcan su límite son respetables por lo grueso, encontrará en ese sitio al hombre estatua.

Imposible calcular su edad, arriba de una mojonera representa a diferentes personajes cada vez. Pintado en su totalidad de color oro, plata y alguna vez lo vi verde,  permanece inmóvil durante unos minutos, parodiando al personaje del día tiende su brazo derecho para mostrar la palma abierta, el guión es variado, a veces representa al Pensador, otras a Lincoln, en fin, lo feliz de ver a este artista es que se cansa el espectador con mayor rapidez, será usted testigo de cómo el arte sabe sonreír, dar la mano y servir de portal a dimensiones de realidad que se transforman súbitamente en fantasía y viceversa, bien merecen que se acerque, lo felicite y coloque su respectiva contribución.

No se frustre si muy orgullosamente el hombre estatua voltea su rostro hacia el cielo y no le contesta, le está dando las gracias. Camine unos pasos rumbo al eje Central, no es necesario que la busque, hace rato que la  oye, la mujer musical. Una joven que arranca notas paganìnicas a su violín muy inspirada y con su rostro de sublime revelación interpreta lo más variado en música clásica, una y otra vez, con descansos breves, sudando como se suda un mediodía en la Ciudad, trabaja y goza, vive y te invita a vivir esa pasión que sólo los artistas conocen pero que ella, sin egoísmos, te la trae para que por unos pesos, lo disfrutes.

De aquí lo invitaría a Donceles, al Zócalo a escuchar el concierto de campanas de las doce del día, a Mesones, a tantos lados como la Ciudadela en sábado, días de danzón y tercera edad, pero mejor recórralo usted.

Luego de noche. La Ciudad de las Luces y sus grandes extensiones de oscuridad, noche de graffiteros reales y otros no tanto que Dios colocó para vigilar los sueños, graffitean oscuridad en las paredes, faroles muy altos que arrojan su luz ya tenue al llegar al suelo y a su manto grupos de gente sin edad que beben y beben como cosacos, haber quién muere primero, porque somos muy machos, vas caminando y mejor te pasas a la acera de en frente, a ellos no les importa, siguen bebiendo y filosofando, caminas y si hay noche cerrada tratas de recordar tus lecciones de geografía, sí, porque nunca llevamos astronomía y en esta materia nos hablaban de la Osa Mayor, La Menor, Orión, etc., pero válgame la ignorancia que lo único legible es la luna o Venus.