El creador de la obra Bram Stroker, nació el 8 de noviembre de 1847 desde niño sufrió diferentes enfermedades lo cual lo llevo a permanecer en cama los primeros siete años de su vida, mientras tanto su madre le contaba historias de fantasmas y misterio que posteriormente influirían en gran medida su vida como escritor.
Durante mucho tiempo, los nombres de Bela Lugosi y Christopher Lee habían estado irremediablemente ligados a la memoria “del señor de todos los vampiros”. Estos dos actores hicieron de Drácula su vida, y por lo menos en el caso de Lugosi, hombre y personaje formarían una unidad indivisible.
Esto cambió en 1992, cuando Francis Ford Coppola decidió llevar a la pantalla una nueva versión de Drácula diferente de todas las demás, más de una rara expresión se escucho ante lo que era uno de los mayores riesgos que podía correr este director. Su productora, American Zootrope, estaba casi en la ruina, por lo que el fracaso de la película la tiraría al abismo.
Afortunadamente, el resultado fue magistral. Drácula de Bram Stoker (1992) fue no solamente un gran éxito de taquilla, sino también una de las películas más singulares y extravagantes de la década de los 90.
Alejándose de las concepciones tradicionales de Drácula, Coppola crea su película como un period-piece en el que la estética, tanto en vestuarios como en decorado, está por encima de todo.
El toque extravagante, suntuoso y desbocado de la cinta está presente desde el prólogo, una impresionante secuencia de cinco minutos que nos relata los orígenes de Drácula desde que era un guerrero rumano luchando contra los turcos. En una batalla narrada a través de un juego de sombras chinescas (con fuertes referencias a Kurosawa) se nos da un primer vistazo al carácter brutal y sanguinario de Vlad el Empalador, un hombre dotado de un salvajismo efectivo que sólo se doblega ante la angelical presencia de su amada Elisabeta. Cuando esta muere víctima del engaño de los enemigos de Drácula, el guerrero renuncia a Dios y hace un pacto con el demonio que le permite vivir para siempre a través de la sangre de los mortales. La historia de amor hace la diferencia en la nueva versión de Drácula de todas las anteriores.El vampiro se nos muestra como un monstruo (geniales son sus transformaciones tanto en hombre-lobo como en gárgola) pero también como un alma atormentada profundamente humana, un ser redimido por el amor. Su archienemigo el doctor Van Helsing (interpretado por Anthony Hopkins), al contrario, se muestra como un cuasi-demente, un fanático religioso obsesionado con la destrucción del vampiro que ha perseguido toda su vida.
Otro aspecto a destacar de esta película es su fuerte contenido erótico, lo cual causó sus principales vapuleos por parte de la censura. Drácula es, como nunca, una criatura sexual, con el color rojo casi dedicado en exclusividad a su vestuario. Memorable es la escena en la que, convertido en hombre-lobo, atrae a la joven Lucy hacia él, poseyéndola en una escena erótica que parece la versión porno de un conocido cuento infantil.
La transformación de los personajes femeninos en vampiros es, asimismo, su despertar sexual, algo que cala perfectamente con la novela de Stoker, si bien los conceptos del libro, obedecían a los códigos morales victorianos y aquí en la película reciben un tratamiento de redención y una maldad apetecible.
Pero quien se luce realmente es Gary Oldman, en lo que es sin lugar a duda uno de sus mejores trabajos hasta la fecha. El actor se vio enfrentado a un reto titánico: Drácula es un personaje que ha calado en el imaginario colectivo de una manera muy sólida, y todos tenemos más o menos la misma idea predeterminada de cómo debe verse y comportarse este ser.
El Drácula de Oldman es completamente distinto, un ser poderoso pero al mismo tiempo dotado de una gran sensibilidad. Es el primer Drácula que vemos llorar, el primero que vemos flaquear por su lado humano. Resulta muy interesante ver sus reacciones ante los diferentes personajes de la película, momentos en los que pasa del depredador sediento de sangre al ser atormentado de amor y condenado por Dios a amar sin esperanza.
Una película tremendamente estética, operática (a lo que ayuda la excelente banda sonora del polaco (Wojciech Kilar), cuidada hasta el extremo. Ha sido duramente criticada por los seguidores más furibundos de Bram Stoker, quienes le reprochan su falta de apego al libro agravada por la presencia del nombre del autor en el título (en realidad el nombre fue incluido porque los derechos del nombre "Drácula" pertenecen a los estudios Universal). Todas estas voces han de ser ignoradas. Drácula de Bram Stoker es, sin duda, una de las más grandes películas de vampiros que se han hecho, consecuentemente y sin duda, el mejor homenaje a Bram Stoker creador del personaje.