(Glob@l México) Por: Leo.- El taco callejero es aquel manjar vagabundo que se viste de sabor y salsa, mortal y sabroso, sicario del hambre que rebosa sus deleites acechando en las esquinas, de formas atrayentes imposible de ignorar, los hay de guisado y de carnitas, sudadero en varias capas y tanta variedad en el clásico debate de forma y contenido, el cual exige para ser ingerido un conjunto de técnicas culturales. Bañarlo de salsas, habanera, mexicana, chipotle, guajillo, guacamole, cebollitas cortadas, nopales recién fritos, frijolitos, papas.

Una vez que se logró edificar estos pisos en el obeso Arlequín del antojo placero, la víctima lo extiende y analiza, maquilla su escurridiza salsa con cebolla cortada y cilantro, rematando su obra con un cuarto de limón bien exprimido, de allí al segundo paso, asiendo las alas de la doble tortilla apresa su obra por su justo medio, dando cuenta del primer bocado, mientras mira las llamas del brasero, un frenesí de formas bailando, fuego azul, amarillo, rojo, que no hacen humo, solo  mueven su cuerpo insustancial naciendo y muriendo, inquietas, soberbias y orgullosas como todo lo temporal y poderoso, que se viste de instante para ser solo un hecho, que vino de la nada y allá se va en su breve retozar de fuego alegre en el justo hervor de las carnitas.

El taco placero es la trampa inmortal que uno mismo coloca al cumplimiento de la dieta, el único alimento que se niega como amante sorprendido, a pesar de que sabemos que al sentarnos a comer en casa nos culpamos retirando las verduras que vibran de color ocupando nuestros platos, arguyendo mil razones, grandes infieles de la mesa. Pero el taco en su forma de clásica aventura disgrega en el torrente ciego de la sangre huéspedes de formas y tamaños tan distintos, bacterias habitantes de la calle, amibas que orgullosas pasean por la hoja del cilantro, virus del taquero con gripe de las cuatro de la mañana, colesterol que encuentra su elemento en las largas paredes vasculares, millones de adipositos que al ser desconocidos por el plasma de la sangre duermen su siesta en los protuberantes territorios del abdomen. El taco es adictivo, desterrado para siempre del menú tradicional de casas y restaurantes retira sus dominios a la calle, es veneno en el ritual del antojo clandestino.

Penalicemos el uso del taco, los taqueros como miembros de bandas criminales, digamos que los cárteles del taco se valen de salsas muy picosas, nopales jovencitos o algo que los clasifique, no podemos tolerar que tras el deleite único del taco se escondan los futuros asesinos de tragones. Pero el taco también es expresión de libertad, su forma se goza con la vista, el tacto y el gusto, como se disfruta una obra de arte, claro que esta no nos la comemos, pero el solo ser experto de las posiciones de los mejores tacos, en esta gran ciudad Capital de México, nos confiere el status de personas cultas, expertas como nadie, entonces estamos al filo de la navaja, la comida de casa por un lado y las mafias del taco callejero por el otro. Una larga vida sin comer taquitos de moronga o las crueles consecuencias del infarto.

Somos lo que comemos. Pero no comemos aquello que debemos, no es sabroso, no daña, no es picante y malicioso como lo es el crisol de nuestra naturaleza, como dice Octavio Paz, ser picante y proyectivo aunque vaya de por medio la propia vida. Ser macho y enfrentarnos a la muerte en la lidia fatal de los sabores, de las cosas simples y corrientes, sabiendo que la flaca nos espera aunque por lo visto a ella no le gustan los tacos.

 

En la ciudad de México es lo que más comemos, ante el médico y en el curso de los últimos suspiros lo seguimos negando, el espíritu del taco nos vigila. Durante los últimos meses y en el contexto de la guerra contra la obesidad al gobierno le cayó el veinte, prohibieron la venta de comida chatarra en torno a las escuelas, que incluye pastas, dulces y otras chucherías, pero no de tacos, imagino que lo están estudiando. Pero junto a las oficinas de gobierno, comercios, grandes avenidas, el cártel de taco está presente.

Por eso y cuando me entrevisto con un cliente me apuro a invitarle un cafecito, deseo conservar a mi cliente, el cártel del taco me lo acaba. Cuando llegan las visitas a casa siempre se les dice si se quedan a comer un taquito, remedo triste del taco de la calle. El departamento de prevención en el IMSS ha lanzado una campaña de bastante poder prègnico, “chécate” “mídete”, “muévete”, faltó “destaquizate”, pero eso ya lo debemos de tener presente. Un taco al año no hace daño pero engrosa nuestras venas. Buen provecho.